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Corazón

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Puzzle...

<em>Puzzle...</em>

Esta la coloco aquí. Y esta aquí. Casi está. No, espera: hay que sacar esa y poner esta otra en su lugar. Sí, así está bien.

Vas colocando piezas hasta formar un todo con entidad propia. Te equivocas. Sacas una pieza. Pruebas con otra. El resultado no es el que buscas. Desmontas una parte. La vuelves a colocar. Refunfuñas.

Y eso es precisamente la vida. Un continuo movimiento de piezas. Ahora muevo la sal de la vida, el amor, para este lado. Los lamentos que me anclan al pasado, esos, los dejo a en esta zona, junto al enfado. Tengo en mis dedos el arrepentimiento, que es sincero y lo quiero aquí cerca de la sinceridad. La envidia, aunque pequeña, también existe. Es esta pieza. La dejo entre el orgullo y el egocentrismo. El odio, la bondad,... tantas y tantas piezas; pequeñas, grandes, cuadradas, octogonales, con aristas, sin ellas, las muevo una y otra vez buscando un equilibrio que a veces sí encuentro. Y avanzo.

Carta desde la tristeza

Carta desde la tristeza A veces, uno sólo es capaz de escribir en lápiz, para que lo borren. A veces, todavía no te has levantado y ya estás cansado. A veces, llevas la bandera del corazón y del optimismo a media asta. A veces, sientes que tu pulso está de capa caída. A veces, te resulta difícil tirarte por una cuesta.

Es cuando estás triste, y la sonrisa de tu rostro es una mala mueca.

Es entonces cuando crees que la música del azar es muy traicionera. Y que sí, que esta vez te ha tocado a ti escucharla. Crees que el único cuadro colorista que eres capaz de pintar sería usando el negro. Crees que el optimismo es una secta a la que tú nunca pertenecerás.

Pero la esperanza surge en medio de la depresión. Esperanza que tiene nombre de mujer. Esperanza que como un destello de sol entiende mis señales de humo que no comprende nadie. Esperanza que, sin pedir nada a cambio, anima mi corazón día tras día con su alegría, con su amistad, con su amor, con nuestro amor. Te amo.

Noche de brujas

Noche de brujas

La leña se consumía lentamente. Alrededor de la hoguera los niños danzaban, los viejos hablaban, los jóvenes se reían, los enamorados se besaban, tú y yo guardábamos silencio. Mientras, la luz del fuego se reflejaba en nuestros rostros; en nuestros cuerpos.

Se acercaba el momento. Me repetía una y otra vez que sí, que podía hacerlo. Esa mano suave en mi hombro, que era la tuya, me daba esa tranquilidad que anhelaba. Las llamas se habían consumido. Al igual que otros muchos me saqué los zapatos y recordé la letra de aquella canción:


Zapatos negros.
Negros zapatos.
Zapatos de charol.


El roce de tus labios me hizo despertar. Percibí el fuego de tu cuerpo pegado al mio. Tu mirada dulce. El te quiero.

Sin pensarlo avancé, sin miedo, sin pensamientos, sin zapatos. Y mis pies abrazaron la calidez de las brasas de la hoguera. En silencio, sin dolor, llegué al otro extremo con la satisfacción del labor bien hecho reflejado en mi rostro. Allí estabas tú, esperándome.

¿Qué se siente cuando alguien te regala una flor?

¿Qué se siente cuando alguien te regala una flor? A veces no le damos la suficiente importancia. Las cogemos. Las ponemos en un jarrón. Las tiramos cuando están marchitas. O las tiramos inmediatamente después de la visita por falta de espacio.

Vivimos demasiado deprisa.

Horizonte

Horizonte

Atardecía y se me dio por levantar la vista.

¿Qué vi?.

El horizonte en todo su apogeo.

El horizonte en una clara y soleada tarde de primavera.

Un horizonte que, invita a reflexionar.

Un horizonte que, invita a VIVIR.


Mi

mundo

Mi pequeño mundo cabe en una mano.
A veces, incluso sobra el espacio.

Tiene matices, tiene valles, tiene ideas.
Pero también lagunas, lugares sombríos y silencio.

Lo tiene todo y no posee nada.
Lo sabe todo y no entiende nada.

Mi pequeño mundo es tan pequeño que no sé dónde esconderme.
Tan pequeño, tan pequeño, que los búhos pasan de largo.

¿Nunca os ha pasado?

¿Nunca os ha pasado? Me siento como en una jaula. Una jaula agradable, llena de comodidades, cierto. Pero fuera hay una vida que aún no he vivido.

Y siento. Siento el impulso de marcharme.

Aroma a jazmin

Aroma a jazmin

Encerrada en mi vanguardista prisión de acero y cristal aguardo un fin que ya está cerca. Mi llamativa prisión inspirada en motivos no terrenales se alza sobre una mesilla laqueada en rojo, imitación imperfecta de una coqueta de la china medieval. Compartimos espacio con una lámpara de seda que asemeja una flor de loto y una pequeña bandeja de cerámica que contiene en su interior un collar indio.

La calma se torna en tormenta. El nenúfar sobre el que descanso se desplaza y me empuja fuera. Caigo al vacío. Noto una leve sensación de calor. Recorro tu cuello traspasando la gargantilla de encaje que me encuentro en mi camino. Aprecio el color de tu delicada y cálida piel. Y la recorro. Recorro cada pliegue de ella. Me emborracho de su aroma a extractos de cereza. Surco tu pecho con un leve cosquilleo y a mi paso oigo el sonido del que sé es tu corazón. El calor aumenta y devoro insaciable tu apetitosa piel.

Y me pierdo en tu ombligo y el elegante y coqueto vestido de gasa veig que modela tu cuerpo. Me he evaporado. Ya nadie me recordará. Sólo queda el efímero pero intenso y fresco aroma a jazmín sobre tu cuerpo.

Una imagen

Una imagen Me acompañas siempre. En esos momentos buenos, y, en esos otros que no lo son tanto. Cuando me levanto estás conmigo. Cuando estoy solo, toco mi pecho, y también estás ahí. Al final de la jornada, mi piel duerme acariciándote.

A veces te ignoro.
Otras te necesito.

Ese silencio tuyo que tantas cosas me dice. Ese murmullo que a veces cambia mis acciones. Esa tranquilidad que infundes en mi alma. Esa alegría que me contagias aún cuando mis causas están perdidas.

Eres esa imagen que, aunque pasada de moda en estos tiempos difíciles en los que los valores cotizan a la baja, me reconfortas. Pero todas las cosas tienen un final, y, un día, rompiste la cadena y desapareciste de mi vida. Hoy te recuerdo y te hecho de menos.

¿Cuántos de vosotros tiene una cadenita colgada de su cuello?.

Quiero

Quiero Quiero..
Quiero perderme en el asfalto, adentrame en las calles y terminar caminando a tu lado. Quiero, en silencio, recorrer tu cara , traspasar tu mirada.
Quiero dibujar en el cielo un corazón.
Quiero...

María

María Me extiendo por tu cuerpo poco a poco. Soy cálida y conmigo conoces la felicidad. Hago que el tiempo transcurra a cámara lenta. Percibes en los demás gestos que antes ignorabas. Te hago pasar de la euforia al llanto. Consigo que te encuentres a ti mismo. Cambio tu metabolismo y me hago indispensable en tu vida. Conmigo no hay dolor, pero tampoco
esperanza.

¿Ya sabes quién soy?

Extrañamente fría

Extrañamente fría
Quiero rodearte con mis brazos y apretarte contra mi cuerpo, te había dicho ayer. Y acariciar tu cabello, juguetear con tus labios. Recreo la imagen de tu rostro en mi mente. Siento una necesidad de ti.

Hoy la noche es extrañamente fría. Es extrañamente oscura. Inmerso en mis pensamientos, oigo el ruido de un coche aparcando en la calle. El click del mando a distancia que cierra sus puertas. El sonido de unos tacones que entran precipitadamente.

Una explosión de energía asalta mi interior. Una sonrisa se dibuja en mis labios. Las pulsaciones se aceleran. Me vuelvo hacia la puerta.

Y se abre. El aire fresco inunda la estancia. En la puerta aparece una silueta. Luego un rostro blanco como el mármol, por el viento frío, cortante, de fuera. Una camiseta con un dibujo que imita un tatuaje. Una falda ajustada y corta. Una cazadora de cuero negro. Los zapatos de tacón fino también negros. No logro entender lo que estoy viendo.

- Buenas noches.
- Hola, buenas noches.

Alargo mi mano y le doy la llave. No eras tú, pero sigo esperándote.

Desnuda

Desnuda Para los que no lo sepáis, Javier es esa persona que malgasta su tiempo haciéndome compañía en mis aburridas noches. Y ayer, puntual, estuvo contándome cómo acabó la velada de hace unos días y enseñándome las pruebas del delito: las fotos.

Él es habitual de un pub cercano cuando su tiempo, su trabajo y su bolsillo se lo permiten. En una de sus visitas de rigor, por la noche, estaba tomando su habitual cerveza fría sin vaso. La gente iba llegando como terapia a los malos momentos del día. Corría el vino y los licores. Unos conversaban. Otros jugaban a las cartas.

No puedo olvidarme de decir que el bar tiene una camarera de esas que quita el hipo a unos y levanta la moral a otros.

Bien, las bebidas caldearon el ambiente y a uno de los presentes, -Javier me juro que no fue él-, se le ocurrió apostar con la camarera cuanta ropa era capaz de quitarse encima de la barra del bar. Ella, que además de guapa, es muy echada para adelante le echó leña al fuego. Y el ambiente se calentó más y subió de tono, gracias a que otros estaban interesados también por la apuesta.

Las copas se vaciaban cada vez con más rapidez, porque ya sabéis que son recurso para encontrar el valor perdido. Y así iba pasando la noche. Al final la camarera aceptó el reto si la acompañaba en el streptease el que se lo propuso. Cerraron el bar. Se subieron a la barra medio en broma y empezaron a bailar y a sacarse prendas ante los vítores de los presentes.

Y la noche fue sonada.

El valor de las tradiciones

El valor de las tradiciones Palmas, olivos y laureles de diversas formas y tamaños inundan el recinto. Alguno adornado con caramelos. Bancos repletos de fieles, casi todos cincuentones, a uno y otro lado de un pasillo central.
- ¡Espera!, pero si todas son señoras, que raro-.
Y lo digo en voz lo suficientemente audible para la mujer que pacientemente escucha al sacerdote. Oigo la respuesta sin pregunta.
- Nuestros hombres están arriba- y lo dice señalando con el dedo a lo que parece una primera altura.

Es la estampa del culto a una imagen. El respeto a la tradición y a unas normas. Sin embargo, ¿dónde están los jóvenes?

Risa tonta

Risa tonta

Miércoles tarde. Nada en el frutero. Nada en la despensa. Nada en la nevera. Fuera hace frío. Caen unas suaves gotas de lluvia. Heladas. Uno de esos días monótonos y aburridos en los que únicamente apetece una buena taza de café, la calefacción a veinte grados, sentarse en el sillón y disfrutar de una película, aunque sea mala. Pero no hay café. Hay que acercarse a comprarlo. Antes era a la tienda de Maruja. Luego fue el supermercado. Hoy es a la gran superficie de turno, donde al entrar se te abren las puertas y lo tienes todo al alcance del saldo de tu tarjeta bancaria.

Espacios amplios. Iluminación estudiada. Disposición de artículos en función de lo que les conviene que adquieras. Música ambiental. Pantallas de televisión con los últimos videos musicales. El último videojuego para que los más pequeños adquieran hábitos. Una amable y bella señorita ofreciéndote la prueba gratuita de un producto novedoso. Ella se llama Marta y lleva una falda azul, corta; una camiseta ajustada blanca con finas rayas rojas. Una sonrisa de película, el pelo recogido. Del producto no me acuerdo. Está en la despensa.

Allí encuentro a Carmen, la amiga de la otra amiga de mi primo Alfonso. Se interesa por mi vida, por la de mi gato, por la de mi compañera de trabajo, por la de la vecina del quinto. Y habla, y critica, y se queja, y propone soluciones, y sigue hablando. Con la mejor sonrisa de la que soy capaz le digo que tengo prisa. Que se cuide. Y que nos cuide a todos. El próximo día que la encuentre le propondré que se presente para concejala de asuntos ajenos. Que tiene madera.

Y llego a casa. El ascensor está averiado. Subo los cuatro pisos. Abro la puerta. El café lo tomaré mañana.

Todo acabaría aquí. Se quedaría olvidado en algún rincón de mi cabeza hasta que por desuso fuese reemplazado por alguna otra vivencia. Pero no es así. Y la culpa es de Carmen. De Carmen y de los recuerdos del parking de mi cerebro.

Me encontró un día. Digo encontró porque si la hubiese visto antes, hubiese cambiado de ruta haciéndome el despistado. Eso no lo hagas tú. No está bien. Te estaba diciendo que después del encuentro, mi acompañante. Porque sí: iba acompañado por un niño de diez años. Me preguntó:

-¿Esa señora cómo se llama?
- Carmen- dije.
- ¿Y tiene un diente de oro o de latón?; es que es amarillo.-
- Sí, de oro
-¿Y cómo hace para afilarlo?- añadió

El estómago se me contrajo. Los músculos de la cara querían dar rienda suelta a su necesidad de reír. Los ojos se me llenaron de lágrimas ante la imposibilidad de hacerlo, bajo la amenaza de que los transeúntes me tomaran por esquizofrénico. Es la risa tonta de la que seguro has oído hablar.

No. En la próxima ocasión tampoco debo olvidarme de preguntárle cómo lo afila.

Puzzle

Puzzle Esta la coloco aquí. Y esta aquí. Casi está. No, espera: hay que sacar esa y poner esta otra en su lugar. Sí, así está bien.

Vas colocando piezas hasta formar un todo con entidad propia. Te equivocas. Sacas una pieza. Pruebas con otra. El resultado no es el que buscas. Desmontas una parte. La vuelves a colocar. Refunfuñas.

Y eso es precisamente la vida. Un continuo movimiento de piezas. Ahora muevo la sal de la vida, el amor, para este lado. Los lamentos que me anclan al pasado, esos, los dejo a en esta zona, junto al enfado. Tengo en mis dedos el arrepentimiento, que es sincero y lo quiero aquí cerca de la sinceridad. La envidia, aunque pequeña, también existe. Es esta pieza. La dejo entre el orgullo y el egocentrismo. El odio, la bondad,... tantas y tantas piezas; pequeñas, grandes, cuadradas, octogonales, con aristas, sin ellas, las muevo una y otra vez buscando un equilibrio que a veces sí encuentro. Y avanzo.

Vigilia

Vigilia

me gusta sentirme perdido
y los versos
me gustan los besos

no me gustan los refugios
ni las lágrimas
no me gusta cambiar el reloj de hora

Mi mayor desilusión

Mi mayor desilusión Cuando te vi esta tarde, por tu mirada, me di cuenta que fuese lo que fuese lo que tenías en tu pensamiento, estaba relacionado conmigo. Al llegar a mi altura, me sonreíste, prescindiendo del hola de rigor. Yo sentí un cosquilleo por la curiosidad, pero seguí mi camino.

Y es que me gusta vagar de un lado para otro, sin prisa, viendo escaparates. Y recordar. Recordar cualquier día del pasado. En él siempre encuentro momentos en los que fui feliz . Y los reconstruyo. Los reconstruyo con todos los detalles que soy capaz de recordar.

Hoy, sin embargo, recordaba mis mayores desilusiones. Mi primer día sin chupete. Mi primer día en la escuela infantil. Mi primer día en el instituto. Mi primera novia. Mi primer beso. Mi primera amiga infiel. Mi primera amante de riesgo. Mi primera borrachera. Pero la mayor desilusión no fue un primer día. Fue cuando descubrí que mi personaje favorito de Barrio Sésamo, Espinete, llevaba una persona dentro.

El autobús

El autobús Un joven , bien vestido, educado, reclama mi atención y algo en efectivo para el billete, el suyo. Una madre, irritada, grita a su hijo que pelea por soltarse de su mano protectora. Un grupo de estudiantes corren con sus mochilas colgadas en los hombros. Un ejecutivo sonríe a su teléfono móvil.

Llega. Me subo. Se suben. Empujo. Me empujan. Blasfeman. Gritan. Se despiden. Suspiran. Estornudan. Me vuelven a empujar. Me siento.

¿Por qué no intento dormir un poco?. No. No podría. A mi lado un hombre de mediana edad me ofrece, en silencio, una sonrisa cansada. Y el humo. El humo de un cigarrillo rubio americano.

Avanza. Se detiene. Acelera. Se oye la bocina. Próxima parada la suya, anuncia una voz impersonal. Me levanto. Devuelvo la sonrisa al vecino por una hora. La respuesta un leve gesto con la cabeza. Se abren las puertas traseras. Me apeo. El viaje llegó a su fin y el autobús sigue su trayecto, el de cada día, el de todos estos años.

Un instante

Un instante Una fragancia. La de magnolias. Intensa. Embriagadora.

Una imagen. La de un niño comiendo una galleta salada.

Una escena. La película de mi vida. Una película de pesadillas y reproches rodada a cámara lenta.

Un temor. La insensibilidad.

Un pensamiento. Juguetear con tu cabello.

Un deseo. Un beso.