Ella...
Había mantenido una relación por varios años con un hombre muy guapo, inteligente y con mucha personalidad. Ella no era guapa, más bien era común, él le decía que era inteligente y se conformaba con ser agradable a la vista de ella y él. Una vez…. No, no varias veces cuándo sacaba del bolso la fotografía de su amado, sus amigas no podían evitar decir, “¿estás segura qué te conoce? ¿Dices qué te ama?”, ella segura de sí misma y sintiéndose querida por ese hombre, respondía; “pero claro que me conoce tal y como soy, sabe todo de mi, entre nosotros no existen secretos”.
A pesar de los pronósticos de la gente el amor se impuso y vivieron juntos. Hubo días de lluvia, ráfagas de viento de las que pensaban no quedarían de pie, noches que parecían no tener fin, pero ante todo se imponían aquéllos días llenos de sol, esos paseos por la playa y sus descansos sobre las rocas del mar mientras tomados de la mano miraban juntos aquél horizonte sin dejar de hacer planes pero siempre juntos. Sí, como nada es para siempre uno de los dos se ha tenido que adelantar en el camino, ella no quería, pero no estaba en sus manos evitarlo, ha llegado la hora de partir. “Adiós mi princesa, mi amiga, mi novia, mi amante, te vas y te llevas un pedazo de mi corazón, el brillo de mis ojos y mis deseos de vivir, esperame como lo hacías en nuestro banco preferido. Te amo”. Ella se fue fijando su vista en esos ojos castaños que la habían hecho sentir la mujer más linda y feliz.
En esta tarde fresca de primavera se sentó en ese su banco preferido y sacó del baúl de los recuerdos esos grandes trozos de su vida. “Ah, mi princesa, me has dado lo mejor de ti. Siempre supe que eras linda, pero lo que realmente me enamoro, fueron las raíces que guardaba tu corazón y lo hacían fuerte en los tiempos difíciles, lo hermoso siempre estuvo allí”.